Mestizaje negro. Fred Vargas y Edmond Baudoin. Los cuatro rios

por Pepe Gálvez


Fred Vargas y Edmond Baudoin

Los cuatro ríos

Curiosa, pero natural y fructífera confluencia de medios y sobre todo de universos narrativos la que se da en esta obra que firman
Fred Vargas en el guión y Edmond Baudoin en la realización gráfica. Curiosa, por que no abunda la interconexión entre novela negra e historieta.
Aunque por otra parte no es extraña la transposición de novelas de género negro al cómic: desde las adaptaciones de Tardi sobre obras
de Manchette y sobre todo de Leo Malet, inolvidable la recreación de Niebla sobre el puente de Tolbiac,  hasta la reciente colección
Riverages de Casterman, pasando por la versión historietística de la serie de El Pulpo que en España ha sido publicada parcialmente
por Bang, pasando por la frustrada colección Viñetas negras de Glènat y que se nutría mayoritariamente de material francés o el
frágil intento de Norma con Comic Noir. 

Ahora bien, no estamos hablando de versiones, sino de que un, una en este caso,  novelista de genero negro realice un guión ex-profeso
para una historieta, o sea para lo que hoy llamaríamos una novela gráfica, algo como decíamos poco frecuente. En nuestro mercado
hay que recordar a Andréu Martín que en el 2005 guionizó para  Ed, Vencedores con vencidos. Una interesante intriga, una ágil y divertida
trama aunque con una resolución un poco forzada se plasmaban en un dibujo que supera su esquematismo con expresividad,
con una paginación dinámica y con el uso de diferentes recursos gráficos. Andréu Martín parece querer reincidir con otras  con guiones
suyos que realizan gráficamente Sagar Fornies y Alfons López respectivamente. Hay que tener en cuenta que Andréu antes de novelista
trabajó en la redacción de Bruguera y que en su currículo figura el trabajo como guionista con Mariel tanto en la serie Bruch 2 (1976)
publicada en la revista Sal Común y en su prolongación en “El Jueves” que se llamó Contactos,  como en  las colaboraciones para la
inolvidable revista Gimlet protagonizadas por Sam Belluga, lúdica e irónica parodia de detective de género negro que algún avispado editor
debería reeditar. En la confluencia entre la función de novelista de género negro y guionista de historieta hay que incluir el nombre de Juan
Sasturain que en 1981 realizó Perramus, otra obra a recuperar o mejor dicho a editar íntegramente, junto al gran dibujante uruguayo
Alberto Breccia  y que en 1985 escribiría Manual de perdedores novela llena de referencias al cómic. Todo ello sin olvidarnos de que
Dashiell Hammett escribió en 1934 los primeros guiones, alrededor de un año, de la serie para en formato de tira para la prensa
Agente Secreto X-9 que dibujó, también en sus inicios, Alex Raymond y que aquí publicó parcialmente  BO a finales de los
setenta del siglo pasado.

También Tardi trabajó sobre un guión del novelista francés  Daniel Pennac en La patada  donde se da una conjunción  melódica del relato
se construye sobre una serie de coincidencias narrativas: El amor a Paris, un sentido liberador del desorden, compromiso social y
visión crítica de la sociedad, simbiosis de costumbrismo y fantasía, acierto en la composición de personajes, protagonistas "outsiders"
y la afición al género negro. De esta manera Tardi convirtió en imágenes un universo muy propio de Pennac y Pennac construyó el relato
desde la mirada de Tardi. Todo empieza por la ocupación de una jaula del zoológico por un parado, hecho tan inusual como el de una mujer
mayor ejerciendo de comisaria de policía, o como las relaciones de solidaridad que existen entre los animales del zoo y algunos humanos.
Desde estas coordenadas irreales los autores desarrollan una intriga con dos tramas, una ficticia, tanto como la "sociedad del espectáculo"
que lo origina y otra más real y dramática derivada de ciertas prácticas del despotismo empresarial, tan actual hoy en día. Y es que en esta
ocasión el potencial de violencia, que caracteriza al género negro, no nace de la construcción de una economía alegal, ni de la corrupción,
el fraude u otras prácticas ilegales, sino de la arbitrariedad de un hecho tan legal como el despido masivo. 

En el caso de “Los cuatro ríos” esa confluencia melódica de la que hablábamos para Tardi y  Pennac, también existe pero sobre otras notas.
Y no me refiero a la relación sentimental que hubo entre los dos autores, aunque algo debió influir, sino a la confluencia en la importancia
del comportamiento individual, a la capacidad de integrar lo extraño en lo cotidiano y a la propia forma de elaboración de sus respectivas obras.

De entrada, las novelas de Fred Vargas no encajan con comodidad dentro de lo que se ha dado en llamar género negro, más bien son
historias nucleadas alrededor de la resolución de un enigma. Aún cuando tampoco pertenecen al ámbito deductivo, ya que el método
que utiliza su protagonista, el comisario Adamsberg, para llegar a la verdad no es el de la lógica sino el de la instalación, o sea situarse
en el campo de fuerzas del Mal y dejarse informar. Otro elemento distintivo es la importancia del Mal, no es la visión maniquea
en versión vulgarizada yanqui, sino cierta podredumbre del tejido social que actúa sobre él con fines destructivos. Por lo tanto si que hay
referencias a la realidad, aunque la deforme e introduzca en su interior, al recrearla, elementos fantásticos. O tal vez sea una visión de la
realidad que en alguna de las múltiples capas que la componen incluye un universo de mitos. Una mitología contemporánea, que diría
que tiene mucho que ver con una visión crítica pero también lúdica post-mayo del 68 plasmada en algunos guiones de Pierre Christin
y en  el Pennac de la saga de Malaussenne. Para que te guste Fred Vargas se ha de aceptar y disfrutar de ese código de irrealidades
o de desfiguración de la realidad, que no nos aleja de ella sino que nos ofrece otro punto de vista desde el que mirarla. Gran parte del
atractivo de sus narraciones se basa en los personajes secundarios, en la capacidad de crear atmósfera y de generar credibilidad por el
entramado de roles, en la importancia de las mujeres que como la misma autora declaraba a Octavi Martí “ no representan el sexo sino
el equilibrio, la armonía, la complementariedad". Pero además en cada novela hay uno o varios  personajes referencia, que incorporan
un pasado y una historia claves también para definir la especificidad de cada novela.

Presentar a Edmond Baudoin  es hablar de un autor muy conocido y respetado por la profesión aunque sus no sean superventas.
De hecho es precisamente Los cuatro ríos , y muy probablemente por el tirón de Fred Vargas, su obra más vendida en Francia,
seguida no muy de cerca por la autobiográfica Piero. Sin embargo en su estancia en Barcelona el otoño pasado dentro de la celebración
del Kosmópolis08 demostró tener un público joven que no coincide precisamente con el tipo medio de friki de los cómics.
Su grafismo sensual, seductor y lleno de sugerencias así como su  libertad y ambición creativa, que le ha llevado a buscar representar
no sólo lo que capta nuestra mirada sino lo que sucede de los ojos hacia dentro, conecta con miradas jóvenes, que no padecen
el analfabetismo funcional gráfico de sus mayores y que siguen atentas sus búsquedas alrededor de la condición humana.
De hecho su constancia en una opción, tan ajena a los dictados de la industria como implicada en un diálogo continuo con su tiempo
y su necesidad de expresarse, no sólo le convirtieron en el referente de la renovación de historieta francesa que se produjo a finales
del siglo pasado sino que no ha sido obstáculo para seguir publicando con asiduidad. 

Por otra parte según el historietista francés André Juillard cuando Edmond Baudoin dibuja es como si escribiera y cuando escribe
es como si estuviera  dibujando. Este ir y volver sin transición entre la palabra y la imagen define una parte de la esencia narrativa de un autor
que en su  obra ha reflejado continuamente el mestizaje social y la crisis generacional de la Francia contemporánea. Con Piero,
su penúltimo libro publicado entre nosotros, Baudoin nos acerca tanta a las claves de  su paradigmática renovación del lenguaje
historietístico como a su significativa síntesis de ficción y  realidad.  Su sentido musical del dibujo se concreta en trazos ligeros
del pincel que  definen en negro sobre el espacio blanco un gesto, un rostro, una expresión, una figura, una emoción, una insinuación,
una situación. Y ese trazo devuelve a cerebro el mensaje de su posición y de su relación con los otros trazos y con el blanco, con sus
significados y con su música. En su trabajo la mano recibe y reenvía mensajes al cerebro en forma parecida a como debe crear Fred Vargas,
que escribe novelas en tres semanas y que lo hace en una intensa interrelación con lo escrito, que goza de cierta autonomía
y puede sugerir cambios narrativos en el proyecto inicial. 

Otro elemento de conexión entre las obras de ambos autores es el de la existencia, en gran parte de las historietas de Baudoin,
de textos independientes de los bocadillos que actúan en paralelo como narración escrita complementaria a las imágenes.  

Los cuatro ríos

Aunque en el año 2000 cuando se creó no conocíamos aún el frenesí de la novela gráfica, esta obra, que en Angulema recibió
el premio al mejor guión, sin duda alguna lo es.
 Es una novela que sigue la línea argumental de Fred Vargas y en ella aparecen
elementos característicos del resto de sus obras como es un peculiar paisanaje,  en especial la pequeña fauna de la familia
del protagonista. Esa mini estructura social tiene la peculiaridad de ser monoparental y con los lazos de paternidad cuestionados,
y sin  embargo se mantiene unida por fuertes lazos de solidaridad, uno de los cuales es el apoyo a la actividad artística del padre:
la recreación con latas y chapas de cerveza del conjunto de estatuas de la fuente de Los cuatro ríos de Bernini. En ese núcleo impera
la libertad y la tolerancia, lo que en versión ultra católica sería el relativismo moral. Una parte de la familia persigue objetivos casi
utópicos como el aspirante a actor y el agricultor de tierras improductivas, mientras que los otros dos hermanos han optado por formas
más prácticas de ganarse la vida: uno es empleado de banca  y el otro ratero. Es este último, el que en el curso de sus actividades
profesionales entra en contacto con el Mal, que en esta ocasión es una especie de ocultista que dice servir al Gran Principio pero que en
realidad convierte a sus ritos en formas de dominación sobre otros. Aunque en este caso el meollo de la moraleja vargasiana, va por la
denuncia de ciertos intentos de manipulación y marginación de una juventud que en su estado de potencialidad no deja de ser frágil
y muy maleable. 

Adamsberg, con el rostro de un Baudoin rejuvenecido, actúa casi sin interferir, con su envidiable sabiduría intuitiva para resolver
un misterio, que en esta ocasión tiene un papel funcional dentro de la narración, ya que sirve sobre todo de eje conductor de un
sugerente y fluido entramado de historias y personajes. Y es que el binomio Vargas-Baudoin ha acoplado sus lenguajes con
bastante armonía. La prueba del nueve: la lectura, que certifica que se consigue el efecto enganche, o sea  absorber nuestra atención
y que esta no se desvíe ni hacia textos farragosos ni hacia imágenes artificiales. Si que hay momentos en los que el texto se impone a
la imagen dentro de la página,  pero son los menos y coherentes con la densidad de información. Es cierto que a veces las páginas se articulan
sobre un equilibrio más narrativo que estético pero su composición es muy variada  y algunas que son mudas están llenas de expresividad.
Se podría decir que la especial visión de la realidad de Vargas 
encuentra en Baudoin un mensajero que le otorga verosimilitud, de manera
que en una relación armoniosa las imágenes dan sustancia al universo ideal  construido por las palabras. El pincel da forma y entidad
a rostros, figuras, espacios, edificios, incluso aquello que solo se insinúa toma cuerpo, además la mirada goza con una
exhibición de recursos i de soluciones gráficas.

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